DE LO QUE ACONTECIÓ A UN HOMBRE BUENO CON SU HIJO
(Adaptación del original)
Por
Juan Manuel
—Señor Conde Lucanor –dijo una vez Patronio-, un
buen hombre labrador tenía un hijo mozo y de muy claro entendimiento, a quien
el padre, fatigado por los achaques de la ancianidad, deseaba traspasar el
gobierno de su casa. Pero no osaba hacerlo, porque el mozo, que desconfiaba
grandemente de sus propias iniciativas, dejábase gobernar, sin embargo, por
el consejo del último con quien tropezara; y siendo tan diversos los
pareceres como lo son los hombres, creía con razón el padre que, regida del
mozo, todo había de ser hacer y deshacer en su hacienda: los viñedos serían
destinados a labradío, cuando alguien lo aconsejara; los prados trocaríanse
en monte, y en huerta los olivares.
Queriendo que el mozo aprendiera a guiarse por su
propia idea y no fuera juguete de ajenas opiniones, cierto día de mercado en
la próxima villa el buen hombre determinó de ir allá con su hijo a pretexto
de adquirir varias cosas que le faltaban.
Pusiéronse en camino, llevando por delante un
borriquillo en que cargar lo comprado. De allí a poco se cruzaron con un
grupo de labradores que regresaban ya de la villa. Saludáronse con un “Santos
y buenos días”, y así que hubieron pasado, dijole el hombre a su hijo:
—Párate un momento y escucha lo que van hablando.
Los caminantes decían, entre risas y bromas:
—¡Buen par de tontos! Los dos a pie y el burro sin
carga.
—¿Qué te parece?— preguntó el buen hombre.
—Que dicen verdad —respondió el mozo—; ya que el
borrico no va cargado no hay razón para que vayamos a pie ambos.
—Pues móntate tú en él —ordenó el padre.
Siguieron así un buen trecho hasta que se cruzaron
con un nuevo grupo de viajeros. Saludáronse con el “Santos y buenos días”, y
así que hubieron pasado, díjole el buen hombre a su hijo:
—Párate un momento y escucha lo que van hablando.
Los pasajeros decían:
—¿Habéis visto? El tierno mozuelo a pie y el hombre
robusto, hecho a todas las fatigas del mundo, a caballo.
—¿Qué te parece? —preguntó el buen hombre.
—Que no van descaminados —respondió el mozo—, pues
quien más ha vivido más acostumbrado está a toda especie de privaciones y
trabajos.
—Pues monta detrás de mí, a la zaga.
Hízolo el hijo, y siguieron así un buen espacio,
hasta que tropezaron con un nuevo grupo de campesinos. Saludáronse con el
“Santos y buenos días”, y así que hubieron pasado díjole el hombre a su hijo:
—Detengámonos un momento y oigamos lo que van
diciendo.
Los rúst—¡Jamás se vió tal! El cansado anciano a pie
y el mozo fuerte a caballo.
—¿Qué te parece? —preguntó el buen hombre.
—Que llevan razón —respondió el mozo—, pues los
trabajos más son para las fuerzas nuevas que para las quebrantadas por los
años.
—Pues apéate tú, que iré yo en el asno.
Hiciéronlo así, y de aquel modo fueron camino
adelante hasta que se encontraron con un nuevo grupo de aldeanos. Saludáronse
con el “¡Santos y buenos días!”, y así que hubieron pasado díjole el buen
hombre a su hijo:
—Párate un momento y escucha lo que van hablando.
Los labriegos decían:
icos decían:
—¡Buen par de zánganos! Reventarán al borriquillo
antes de acabar la jornada.
—¿Que te parece? —preguntó el buen hombre.
—Que no yerran —respondió el mozo—, pues tan débil
es el asno que con nosotros dos sobre los lomos apenas puede dar un paso.
Paró entonces el buen hombre a la cabalgadura,
volvió el rostro atrás, y encarándose con el mancebo le dijo:
—Pues tú me dirás quien está en lo cierto y con qué
consejo te quedas. Que de casa salimos los dos a pie y no faltó quien nos
censurara por llevar el burro sin jinete; montaste luego tú y hubo quien no
fue conforme con que cabalgara el mozo mientras caminaba el viejo; otro halló
mal lo contrario, cuando ocupé yo la albarda del asno, y por último,
desagradó a otro que los dos nos acomodáramos en las espaldas de la bestia, y
estas opiniones las fuiste tomando por tuyas. ¿Qué podremos hacer a gusto de
todos? Por tanto, hijo, hagamos el bien según nuestra conciencia y
despreciemos las hablillas de la gente.
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Libros de Emma-Margarita R. A.-Valdés
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