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Ha muerto el hombre que yo fui, te lo
prometo,
incluso siento pena por él;
tan falso, tan cruel, tan bohemio,
tan absurdo en su vivir, tan grotesco.
Ha muerto hoy, pero es para mejor.
Rescatemos de él lo poco que era verdadero;
el amor por su trabajo, su falta de dinero,
la pasión con la que de ti me hablaba a cada momento.
Murió, pero se fue contento.
En sus labios tenía tu nombre, junto al
sabor de la culpa,
en sus ojos, el paisaje más sereno y en su boca un último
deseo:
darte al volver un abrazo sincero.
Y yo, que soy quien escuchaba su añoranza por tus besos,
debo esperar tu regreso, tras ocho meses de silencio,
darte el abrazo que te debo y dejar atrás al que ha muerto.
No lloraré, ya habré llorado todas las lágrimas que le debía a
la vida.
No dudaré, las dudas no existirán si veo en ti una mínima
sonrisa.
No soñaré, pues mi más grande sueño se estará cumpliendo.
Y renaceré, para reinventar el amor que había inventado para
ti.
Sí, porque a partir de hoy, te amaré por los dos,
pues te confieso que yo, cuando él me hablaba de ti,
también... ¡también te amaba en silencio!
Gonzalo Osses Vilches
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