Y vio Dios que era
hermosa la ternura
y Madre la llamó desde el principio
con un sabor a
miel en cada letra.
Tan perfecta nació que, enamorado,
Dios mismo se reserva la primera
y le regala al hombre su hermosura.
¿Dónde queda la luz, dónde la nieve?
Al
contemplarte se levanta en vuelo
mi peso de tristeza y recupero
la
intimidad de niño transparente
con tu candor de besos y caricias.
Déjame que te
llame siempre Madre.
Dame otra vez tu mano y tu sonrisa
y vamos por la
vida caminando.
P. Miguel Combarros Miguélez
Redentorista
Del libro: "Poemas para orar" - Madrid, 2004
Biblioteca de Autores Cristianos - (BAC)
Reservados todos los Derechos
de Autor.
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