miércoles, 20 de febrero de 2013

_Este mundo es así...

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Perseo:
Este mundo es así —dice el subconciente.
Palabras a veces sin sonido:
Noche que se hace carne sin posesiones.
Erramos en el blanco sin volver los pasos.
No hay voluntades independientes:
La noche, o el día nos acechan
y quedamos en su velo:
boca de falacias y sofismas.


Icaro:
El mundo. Déjame ver sus estériles destellos:
La espina en las axilas
o el amor póstumo en su retinas.
Qué valor tiene el conocimiento
Que crepita —llagado en los perspicaces hongos del humus—.
Qué fuerza patética disemina los pólenes
con alas ineptas y venas más ateridas
que el braceo proscrito de los peces en el agua.


Perseo:
Nos vemos en un gran espejo agónico.
Fiamos del tiempo, a veces,
con dientes indescifrables.
La tierra hiende su faz y sucumbimos.
Desde Pirrón a Ziehen
Nos acecha la ironía de la Nada:
La única duda real que compartimos
en esta fiel succión del naufragio
que oprime el pecho
y agita los siete círculos sagrados.


Icaro:
El mundo glorifica su fugacidad
y el dolor salado y líquido
que brota de los ojos.
Acaso porque, el cautiverio de la contradicción,
nos pone entre aguas giratorias y gimientes.
A siglos que estamos así.
Y, sin embargo, proseguimos buscando
en el mismo abismo:
fondo de ojos devastados.
Bruma en la órbita de la retina.
Aurora amarga en la garganta
Sonrisa ardida de ceniza.


Mar roto en el pómulo de las olas.
Fuego de jinetes. Fuego hirsuto.
Luz. Luz. Anhelo para libertarnos
de las sombras incorpóreas que emasculan
el nombre filial de las cosas.


Perseo:
Sé que hemos vivido en la redonda alacena del vacío.
No existen las cosas —resulta paradógico, ¿verdad? —
Sólo la fuerza secreta de la esperma que torna lo alado
en vivientes espejos de conciencial testimonio.
¡Ah, mis sentidos, magma de la más espesa armonía!
Luz del cosmos. Hamacas de la aurora.
Caballos enhiestos del horizonte.
Trenes lloviendo entre los rieles del tiempo.
Bosques desde donde los ríos
crepitan y los pájaros chorrean frescos gritos
de una cópula rauda e irreductible.


Icaro:
No somos —yo o tú solos—
Un extenso cometa en la palpitación del cosmos.
Por encima de todo está la causalidad
con su hosco hocico de sapiencia:
el rayo irredento de la razón
y la apoplejía fatua de la historia.

Así nos movemos en esta razón virtual:
Extensa en sí misma;
pero infante en su delicia.


Perseo:
De mi memoria emerge una lluvia blanquísima.
Hay memoria en mí, lo sabes. Memoria.
Infancia mordida y embriagada:
Secreta antesala del destino
entre esa luz rumorosa del musgo
y el hábito vívido de los peces.
Testigo soy de esa embriaguez de los sentidos
y del redondo destino que convoca.
A buen seguro mi certeza es metafísica:
Continuo reino de sombras de donde emerge la luz.


Perseo:
Este mundo es así —dice el subconsciente.
Palabras a veces sin sonido:
Noche que se hace carne sin posesiones.
Erramos en el blanco sin volver los pasos.
No hay voluntades independientes:
La noche, o el día nos acechan
y quedamos en su velo:
boca de falacias y sofismas.


Icaro:
El mundo. Déjame ver sus estériles destellos:
La espina en las axilas
o el amor póstumo en su retinas.
Qué valor tiene el conocimiento
Que crepita —llagado en los perspicaces hongos del humus—.
Qué fuerza patética disemina los pólenes
con alas ineptas y venas más ateridas
que el braceo proscrito de los peces en el agua.


Perseo:
Nos vemos en un gran espejo agónico.
Fiamos del tiempo, a veces,
con dientes indescifrables.
La tierra hiende su faz y sucumbimos.
Desde Pirrón a Ziehen
Nos acecha la ironía de la Nada:
La única duda real que compartimos
en esta fiel succión del naufragio
que oprime el pecho
y agita los siete círculos sagrados.







POEMAS DE ANDRE CRUCHAGA


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