miércoles, 20 de febrero de 2013

_ Este sabor de lágrimas (29

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Alguna vez, de pronto, me despierto: 
Un dolor me recorre tenazmente, 
un dolor que está siempre, agazapado, 
por saltar, desde adentro. 
Entonces tengo miedo. 
Entonces, me doy cuenta que estoy sola 
frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo 
lleno de mis imágenes, 
de rostros polvorientos. 

Estoy sola, pero siempre estoy sola: 
Es lo único cierto. 
El amor era un huésped, 
la soledad es siempre el compañero 
que permanece al lado, inconmovible. 
Lo único seguro, verdadero. 
Oigo mi corazón, vieja campana 
que dobla y que golpea, 
que rebota en las sienes y en la nuca 
y en la boca y los dedos. 
Es cierto, tengo miedo. 
Miedo de no poder gritar, de pronto, 
de que ya sea demasiado tarde 
para un ruego. 
La costumbre ahoga las palabras 
y alarga el desencuentro. 
Ah, tantas cosas quedarán ocultas, 
perdidas, sin recuerdo, 
tantas palabras que no fueron dichas, 
tantos gestos. 

Unos dirán: Yo sé, la he conocido, 
fue una ardiente rebelde, 
se desolló las manos y la vida 
por defender los que creyó más débiles. 
Otros dirán: Yo sé, la he conocido, 
era dura, malévola, 
avara de ternura, con la boca 
mostraba su desprecio. 
Alguien dirá: Y cómo sonreía... 
Qué importa 
lo que vendrá después del gran silencio. 
Claro que tengo miedo. 
Así, en la madrugada 
mientras algún dolor -un dolor, siempre- 
va hincando sus agujas en mi cuerpo, 
abro las manos en la sombra dulce 
para atrapar mi soledad, de nuevo, 
y me quedo a su lado, sin moverme, 
con los ojos abiertos 
la vida detenida. 
Toda mi sangre es un temor inmenso.







POEMAS DE JULIA ORILUTZKY




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